domingo, 9 de septiembre de 2012

Educación y dolor

Ayer murió la hija de un actor y una modelo. Tenía, creo, seis años y seguramente era la alegría de su casa, de sus padres y de su familia. El caso se conoció porque sus padres eran figuras públicas.
Ciertamente empatizo mucho con ellos. Mi hija tiene menos de dos años y me cuesta imaginar lo que ocurriría en mi interior si ella no estuviera.
Me pregunto por los amigos de aquellos niños que parten de este mundo a temprana edad, por sus profesores, por aquellos con quienes comparten todos los días. Cuando un pequeño fallece, también parte de la Escuela fallece. Y nosotros, sus educadores, también sentimos que algo se nos quita. Entonces es cuando aparece el dolor, la pena, la rabia, la angustia y nos volvemos a preguntar... ¿por qué ocurre esto?
Con la pérdida de un niño o niña se aparece el sinsentido, el absurdo humano más profundo. Ello nos pone en condición de alerta, de conectarnos con la humanidad más originaria, con la que nos permite educar día a día, que nos permite buscar crear un mundo nuevo en cada momento que pasamos en el aula.
Es el dolor, y sobre todo el sinsentido del dolor, el que nos permite volver a creer en la vida, en la esperanza de que cada gesto de amor, cada palabra de apoyo, cada acción educativa tiene pleno sentido cuando ella genera vida nueva.
Creo fundamental que el dolor sea parte del proceso educativo que impulsamos en cada aula. La vida humana se constituye también en el dolor. Si hay una certeza que tenemos al momento de nacer es que algún día moriremos, es que algún día el dolor nos visitará.
¿Qué significa educar en el dolor? ¿cómo acompañar el dolor dentro del aula? ¿cómo acercarnos al dolor que viven tantos estudiantes para generar vida nueva en ellos? ¿cómo nos haremos cargo del dolor que causamos los educadores? ¿somos conscientes del dolor que producen nuestras palabras, calificaciones, anotaciones y comentarios negativos en nuestros alumnos?
El aula está llena de humanidad y el dolor es parte de esa humanidad. Por tanto creo en la Escuela que mira el dolor humano, que lo acoge, lo sostiene y busca, muchas veces a tientas, el poder sanar, curar y aliviar el dolor. Creo en la Escuela que humaniza el dolor, que no lo esconde ni lo sataniza. Creo en la Escuela que educa en el dolor y que celebra la vida que emerge detrás de cada instante de dolor.

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